1 QUARONI, Ludovico, Proyectar un edificio, ocho lecciones de arquitectura, Xarait Ed., Barcelona, 1980, p.205
2 TORRENT, Horacio. Arquitectura Culta: Anotaciones en los Márgenes. ARQ (Santiago), mar. 2002, no.50, p.4-11. ISSN 0717-6996.
3 Construida por las inmobiliarias o, hasta hace algún tiempo, las políticas estatales de vivienda social
4 Entrevista a Luís Fernández-Galiano. El Mercurio, Santiago de Chile, 28 de Junio de 2006. pp. E1 – E3 (En sección: Artes y Letras)
5 TORRES, Arturo. Teoría del murmullo. ARQ (Santiago), mar. 2003, no.53, p.8-10. ISSN 0717-6996
6 The Box Tank blog
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Soy una Caja ¿y qué?
Nicolás Valenzuela
“Las grandes obras siempre necesitarán de una clientela (adinerada y ambiciosa) y de buenos artistas (pobres y ambiciosos)”1
A menos que se sea imbécil, e incluso si se es cínico, el peso y complejidad que tiene como acción la realización de una obra de arquitectura no puede dejar de tener detrás un contenido simbólico, y por ello una opción, moral y política, frente a la realidad. Si la Bienal, entendida como el momento institucionalizado por los arquitectos para celebrar lo que se considera la “buena práctica” profesional, está integrada por obras construidas, constituye un buen indicador para juzgar la forma edificada, incluido su peso moral y político.
Con la “caja” en la arquitectura chilena contemporánea, nos referimos a la repetitiva abstracción formal, los volúmenes puros y al omnipresente ángulo recto, de los que son ejemplos la muestra chilena para la Bienal de Venecia el 2004 y el tono general de las más de 300 obras enviadas a la presente XV Bienal de Santiago.
Mamá, quiero ser moderno por siempre...
Según el crítico Horacio Torrent, “la arquitectura chilena tiene objetos de culto”. 2
Se trataría de la arquitectura de la modernidad, ejemplificada en el Monasterio Benedictino de las Condes o la Universidad Técnica del Estado. Es corriente hacer una relación de las tendencias formales de la actualidad con una posible “herencia” de este período.
Pero si las formas de ayer son parecidas a las de hoy, no lo son sus distintos contextos y contenidos simbólicos. Torrent dice que “la retórica de la forma, propia de los modelos de la arquitectura moderna y aún cuando tenían una gran carga simbólica basada en la abstracción, se desarrollaba en un principio unificador con la legitimidad social, con un cierto humanismo y convicción de la acción para todos”. Y agrega: “en las anticipaciones figurativas desarrolladas en este país hacia la mitad del siglo pasado, había una relación de unidad con las ideas que se proponían para modernizar la sociedad y al país. Se me hace difícil separar la arquitectura culta de la arquitectura común y corriente durante este período. Parece que la arquitectura gozaba de una legitimidad social mayor”.
Formas parecidas, pero una arquitectura contemporánea que claramente no goza de aquella legitimidad social. E incluso sabiendo que lo que se puede juzgar en la bienal es sólo arquitectura culta que no corresponde al “común y corriente”3, no es lo “culto” de por sí lo que causa problemas para tener un rol social menos relativo, porque según lo anterior, en ese tiempo ambas realidades parecieron unirse en una voluntad de transformación de la sociedad. En el contexto “de consumo” al que hoy se asocia una exacerbación de la individualidad y, con ella, una sociedad sólo capaz de perseguir objetivos gremiales o sectoriales, sería difícil encontrar una coincidencia como la antes descrita. La arquitectura chilena contemporánea se ha incorporado al mercado de bienes simbólicos de la nueva economía, a la que poco le queda de la asociada al Estado del Bienestar y a su arquitectura de la modernidad.
En esta ocasión, el presidente del jurado de la Bienal es el arquitecto español Luís Fernández-Galiano, quien comentaba: “Al mirar la selección que hemos realizado para la Bienal (...), la considero muy representativa del Chile actual: hay muchos edificios del género habitual, es decir casas para gente acomodada, edificios corporativos y espacios culturales privados. En ese sentido, es como mirar una selección de Estados Unidos”.4 Según este juicio, habría que situar hoy a nuestra arquitectura contemporánea más próxima a un modelo norteamericano caracterizado por una arquitectura cuyo principal cliente es el sector privado, en contraposición a uno europeo con una fuerte actividad de promoción pública social demócrata. Nuevamente queda claro que ya no se trata del mismo contexto.
Esta realidad local, se sitúa en un contexto global descrito por algunos arquitectos chilenos contemporáneos como un “momento en que la democracia sufre un proceso de debilitamiento dado que los estados-nación, lugares donde ella reside, son estructuras en proceso de degradación producto de la globalización de la sociedad contemporánea”,5 donde ahora la forma de ejercer algún poder como ciudadanos radica en nuestra capacidad, como consumidores, de exigir buenos productos. En este nuevo contexto y bajo la ley de la frase “el cliente tiene la razón”, hasta la política se funde con el consumo, supeditando, por ejemplo, nuestra calidad de vida a la cantidad de información que manejamos. Buen ciudadano = consumidor bien informado. Sería irrisorio vincular las formas que se construyen hoy con el contenido político declarado como “convicción de la acción para todos” que enarboló la arquitectura moderna.
¿Perdió la arquitectura su capacidad de mantener una relación formal y simbólica consistente con la realidad política y social de su contexto?
Al parecer, poco tendría que ver la arquitectura “de bienal”, camino a su incorporación en el mercado de bienes simbólicos como objetos de sofisticación y status, y decididamente culta, con el contexto “común y corriente”. Hoy, la realidad ordinaria vivida por la inmensa mayoría de los chilenos urbanitas obedece a la incorporación de los modelos arquitectónicos asociados al retail, con paradigma en el modelo norteamericano. En ese contexto, la mejor forma de entender este fenómeno masificado podría ser mediante las ideas de TheBoxTank, un blog6 y laboratorio sobre el big-box urbanism (urbanismo de las grandes cajas). Para ellos, la verdadera Norteamérica no está en las grandes ciudades, con centros desarrollados como Boston, Manhattan o New York, sino que en los suburbios de las manchas urbanas. Ahí es donde la gente vive, y donde están estas grandes cajas con sus cadenas (i.e: WalMart en EE.UU. o Líder en Chile). Se trata de un fenómeno extrapolable a la periferia santiaguina; el Mall, que ha consolidado en su interior la concentración de cada vez más actividades de importancia económica y social, constituye una arquitectura pensada completamente según lógicas de consumo. En suma, su forma, la caja, puede ser entendida como la cristalización de un inteligente criterio de economía y por sí mismo un símbolo de la sociedad del consumo.
Y ahora, qué pasa con la arquitectura culta. Si le hiciéramos caso a Torrent, quien decía que “la reproducción debe ser asumida por la arquitectura culta como una posibilidad de nuevo posicionamiento social de la disciplina y la profesión, por una parte porque permite repartir los beneficios de la arquitectura sobre un territorio y una población que los necesitan, por otra porque asume al montaje y al arquitecto como operador central, aunque ello signifique una disminución del arquitecto como autor material de muchos de los aspectos que concurren a la materialización de la arquitectura”. Entonces la repetición de la “caja” en la arquitectura “de bienales”, si no es sólo formalismo, nos acercaría a un rol social menos relativo. Bonito. Cierto o no, hoy la repetición opera como facilitadota de la incorporación de la arquitectura en el mercado de bienes simbólicos.
Aparecen datos sobre una relación formal y simbólica de la arquitectura chilena contemporánea coherente con nuestra realidad política y social. Habría que decir que, en el contexto del país más globalizado de Sudamérica, tanto la arquitectura “común y corriente” como la “culta” se insertan en los flujos planetarios de ideas y capital; la primera como la importación de las arquitecturas de la masificación del consumo, la segunda a través de la exportación de un panorama de producción local homogéneo en muestras como la Bienal de Venecia del 2004. Ambas mantienen una coherencia con las lógicas operativas y simbólicas de la sociedad del consumo; la primera, siendo su cristalización más literal, la segunda, aprovechando la repetición para incorporarse plenamente al mercado de bienes simbólicos como objetos de sofisticación y status. Y, finalmente, tanto el Mall, ejemplo de la arquitectura “no culta”, como la arquitectura de bienal mantienen una afinidad formal obvia; el primero, una caja gigante producto de la operación absoluta de criterios de economía, y el segundo la repetición irrestricta de la caja, hasta el punto de constituir una unidad formal que ha pasado a caracterizar las selecciones de arquitectura chilena contemporánea.
En definitiva, la arquitectura no puede abstraerse de su carga simbólica y su contenido político. Contenido que es muy diferente entre una forma que pretende transformar la sociedad, y una forma que (se) vende.
Nicolás Valenzuela
Estudiante de Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica de Chile
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