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Arquitectura con Ventaja 2004, media tarde, examen, abrumadora cantidad de láminas de los alumnos del Aula de Título que hacíamos entonces con Smiljan Radic. Un estudiante de otro curso las ojea. Con cara de sorpresa halla “especial”, la mezcla donde convergen detalles architécnicos con imágenes cargadas de deseo. “¿Se ha fijado cómo anda vestido?” Evidente que sabía cómo vestía, pero quizá no por qué vestía así. Zapatillas Vans, jeans, polerones hiphop, indumentaria consistente con la realidad terrenal. Sospecho que le resultaba especial el hecho de que esos papeles estaban más cerca de la calle cotidiana y de la ropa que él usaba que del paraíso de entes sublimes y puros con los cuales se abastece determinada arquitectura chilena que posee prestigio y poder. Por sus pintas los conoceréis. Indudable, la ropa y la onda reflejan una manera de inclusión en un grupo social. ¿Por qué a veces el discurso de arquitectura insiste deliberadamente en alejarse de cualquier rastro de pertenencia contingente y, al revés, coquetea con angélicas nubes atemporales? Más allá de las extensas formaciones de una disciplina y de sus estrategias profesionales, explícitas o encubiertas, conscientes o “naturales”, cuando hay abundante dinero en juego brota el sentimiento conservador. Ante el riesgo de la inversión que significa cualquier casa, por lo general el mayor gasto en la vida de alguien, conviene tranquilizarse con lo que siempre ha sido y será. Nada de caprichos sino la estabilidad fúnebre. En el polo opuesto financiero, las artes visuales recorren un cable cultural distinto. Uno que siente el calendario hasta el punto que siniestras maniobras comerciales, las de la publicidad y el marketing, mendigan entre el trabajo artístico. Según una explicación simplona, bastan papel y lápiz para realizar un dibujo que cambie el rumbo del arte occidental mientras que, por decir, para levantar las casas que publica Vivienda y Decoración ha sido necesario convencer a clientes para que apronten un ojo de la cara. Aun así, tanto las artes visuales como la arquitectura existen en una configuración social, histórica, disciplinar y temporal. Configuraciones que le dan sentido a los rituales sangrientos de Hermann Nitsch, a la lucidez irreverente del arquitecto Cedric Price o al disco Animals de Pink Floyd. Sin embargo, los oficios son diferentes y, encima, los objetos, obras, igual que cualquier objeto, mudos. No dicen sí o no. Tampoco hablan ni escriben. Pero pese a su silencio sobran inventos de vínculos. ¿El escultor Thomas Schütte con la arquitectura de Aldo Rossi? ¿Serán necesarias estas ficciones?, ¿de veras? Una tarde conversaba en Estambul con Jan Verwijnen. A mi juicio, ni la arquitectura ni el diseño tienen punto en común con las artes visuales, míreselo por donde se lo mire. Jan, si bien consideraba correctos los argumentos con los que yo trataba de sostener mi impopular postura, con enorme sentido común observaba que si uno destierra esa falsa aura artística, por la que metáforas pertinentes a las artes visuales contagian de manera inadecuada un edificio, el estudio de la profesión de arquitecto se volvería demasiado seco, duro y difícil. Claro, vivir sin ilusiones no es vivir. Manuel Corrada |
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